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...............VELADAS AEROPORTUARIAS

A fuerza de repetir, uno va adquiriendo una experiencia que hace más llevaderas las incómodas veladas en el aeropuerto esperando combinaciones aéreas rocambolescas. En esta ocasión he batido un récord: 14 horas seguidas encerrado en la terminal. Ayer me crucé todo el Mediterráneo de Oeste a Este. Hoy trazaré una diagonal por encima del Sáhara y África Central hasta Costa de Marfil.
A la vuelta, el tiempo de espera en este mismo aeropuerto será incluso mayor, con la diferencia de que será durante el día, lo que me permitirá visitar tranquilamente Estambul.

Me acabo de despertar en el aeropuerto de Ataturk. A través de los grandes ventanales de la terminal veo un flujo continuo de aviones de la Turkish Airlines que aterrizan y despegan con mayor frecuencia que el paso de las villavesas por la plaza de Merindades. Este de Costantinopla es el aeródromo más atestado en el que he pernoctado. Mucho más que el inmenso Newark. Aunque pienso que la razón principal puede ser las fechas navideñas.

Aterrizamos ayer en medio de una densa niebla al filo de las once de la noche después de un vuelo algo turbulento, especialmente al sobrevolar los Balcanes.

Uní mi destino accidental de viajero "on transfer" al de Alba, una canaria de Las Palmas que actualmente estará volando a Nueva York. Después de tomarnos una cerveza turca por la que nos cobraron 8 euros la unidad, decidimos que matar el rato en un bar era económicamente inviable para nuestros bolsillos. Así pues, procedimos al siempre penoso proceso de hallar un rincón en el que depositar los huesos lo más dignamente posible.

Encontramos una fila de butacas toda vacía, así que por lo menos podríamos tumbarnos, un privilegio infrecuente en estas ocasiones. Como he dicho, si acumulo en mi experiencia viajera horas de vuelo, no son menos las horas de tiradez en aeropuertos, ya sea a causa de enlaces eternos o de huracanes. Así pues, en mi macutillo de mano me acompañaba todo lo necesario para hacer de mi pernocta un trago lo más llevadero posible: almohada hinchable, antifaz y tapones (todo ello cortesía de Qatar Airways en mi anterior periplo asiático), cepillo de dientes, libro, botellín y un saco sábana fácilmente transportable de Coronel Tapioca que sisé del cuatro de mi hermano a última hora.

Recién levantado, y habiendo descansado a duras penas, despertándome a ratos por la cháchara intempestiva de un par de gringos, ahora hecho en falta ese tercer bocadillo que mi madre quiso que llevara y que yo deseché por falta de espacio.

Así que cuando me haya aseado, buscaré un café donde recargar energías (las propias y las del móvil) y matar el tiempo, lento y tedioso. El tiempo se mata con dificultad. Se puede hacer leyendo, observando el trasiego de otomanos y turistas internacionales de aquí para allá, tomando café, paseando o escribiendo estas líneas. Así hasta tomar el avión a las 13,45.

Cuando lo haya hecho, aún deberé cruzar África, unas nueve horas más de viaje. Solo de pensar en que el regreso es similar, me dan ganas de seguir el consejo que me dio la canaria: "Muyayo, ¿Y no te sale mejor volverte en patera?".






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