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.........¡CIAO, ÁFRICA!

A pocas horas de subirme en un avión rumbo Estambul, toca despedirme de África. Ha sido esta una experiencia intensa. Dulce y amarga a un tiempo, con múltiples altibajos, descubrimientos, sorpresas y algún sinsabor. En este viaje diría que no he hecho "turismo". Cada día era un descubrimiento de realidades diferentes, a veces duras, y de momentos inolvidables.

Me he cruzado con muchas personas en Costa de Marfil. Durante los primeros días me costó abrirme al país y a sus gentes, pero cuando lo hice descubrí grandes personas dispuestas a echar un cable cuando se necesita. Es por ello que querría darles las gracias, a los marfileños -de los cuales me despedí con tres golpes en la sien- y a los expatriados, por hacer de mi viaje una experiencia más agradable si cabe. Mención especial merece la organización Save the Children, que me ha abierto sus puertas permitiéndome ver cómo se combaten las injusticias en primera línea. Y sobre todo gracias a Anne Laure, mi guía por estos parajes, por brindarme la oportunidad de conocer este continente de una manera tan auténtica como esta y por cuidarme tan bien siempre.

El miedo y los prejuicios son siempre malos compañeros de viaje, que por suerte desterré al poco tiempo de aterrizar. Me marcho de África de una pieza, bien de salud, y habiendo soportado aceptablemente el calor ecuatorial, que por esta época se suaviza con el Harmattan, un viento seco y polvoriento que viene del Sahara.

Atrás dejo un país fascinante, trágico, hermoso y desigual. Le deseo suerte, empezando por los familiares de las víctimas de la avalancha de Nochevieja. Y le deseo también que aproveche la oportunidad de vivir por fin en paz para afianzarla y repartir sus inmensas posibilidades de futuro entre todos sus habitantes. A ellos, voluntad no les falta.

Aquí se quedan las selvas, los lagartos rojos (a los que me he pasado las últimas horas alimentando con libélulas ahogadas), las calles polvorientas, el plátano frito, las serpientes, las escuelas de adobe, los mosquitos, los cascos azules, las lagunas y los manglares, las playas paradisíacas, el viejo chimpancé, los kalasnikov y, sobre todo, las amplias y limpias sonrisas de los niños. Se quedan, pero un poco de todo ello me llevo en mi macuto. Otro bolsillo repleto de una parte remota del mundo.

Mañana aprovecharé mi escala en Estambul, para llevarme otro pellizco.

¡Hasta la próxima, África!


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